Las niñas no podían resistirlo más… y nosotros tampoco. Hacía más de un mes de nuestra última salida y el mono de camping se hacía más y más fuerte. ¿La solución? Hacer sitio y acampar en la terraza…
La vi en una estantería del carrefour una tarde de sábado. Era bonita, de color verde y apenas ocupaba espacio. No pude resistirme y la eché al carro. Ya tenía tienda de campaña.
No era la primera que compraba. Hace unos años, antes de tener la caravana, compre una tienda similar. Un iglú plateado de dos plazas. Ya por aquel entonces me picaba el gusanillo del camping.
La estrené una noche sin luna en la playa de San Juan. Fuimos con unos amigos a cenar junto al mar. Recuerdo que mi mujer estaba embarazada de las mellizas y para que se entretuvieran las hijas de mis amigos monté la tienda en la arena.
Las niñas se lo pasaron bomba jugando dentro de ella con unas linternas. Era su casita de la playa.
Aquella tienda no duró demasiado. La segunda vez que la monté una de las varillas se partió y fui incapaz de repararla.
Decidí que con aquella tienda tendría más cuidado. Estuvo dos semanas en el maletero del coche, esperando ser estrenada, hasta que la subí a casa para llevarla a la caravana. Pensaba convertirla en la habitación de invitados de nuestro palacete rodante.
En la caravana suelo llevar un colchón inflable de matrimonio. Nunca se sabe si tendremos invitados, y con el colchón pueden quedarse a dormir en el avance. Pero el problema es que cuando más usamos la caravana, o sea en verano, nunca lo montamos. Además, con la tienda los ivcitados tienen mucha más intimidad.
Recordé entonces que podría montarla en la habitación de las niñas para que jugasen, pero quería comprobar si realmente se podía dormir dentro de ella por lo que decidí apartar los muebles de la terraza y montarla allí. Las niñas se metieron rápidamente.
A pesar de que se ve pequeña en la foto, es más grande de lo que parece y pueden dormir perfectamente dos personas en su interior.
Lo malo es que apenas tiene ventilación. Únicamente tiene dos aberturas, la puerta y la parte superior que tiene una rejilla. Por si llueve viene acompañada de una especie de mini-toldo de apenas dos palmos que se acopla con unos enganches.
Lo divertido vino por la noche. Pusimos cojines y almohadas y nos metimos los cuatro en la tienda. Sin cerrar la puerta aguantamos apenas un par de minutos. Aquello era un horno. La tienda no tenía suficiente ventilación.
Colgué una pequeña linterna en el centro de la tienda y les conté un cuento a las niñas. Era como estar de acampada.
Lo pasamos tan bien que hasta el gato quiso acompañarnos.
Las niñas insistieron (obviamente) en que querían dormir allí y me costó convencerlas de que no podían porque al día siguiente tenían cole. No lo entendían. Para ellas estábamos de acampada.
Y durante unos minutos yo también lo creí.